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La higuera fue maldita, pero la higuera es una virgen. La virgen maldita. La virgen sin frutos. Seca. La virgen seca. Sin sangre. NO HAY FUEGO. NO HAY FUEGO. Esa es la maldición primera, dejar que el fuego se haga intemperie y se muera de normal. Endurecida. No da.
Jesus tenía hambre, hambre de algo. La virgen no entrega alimento. La virgen sin paraíso, es una perversión. Un fruto violeta, carnoso, que deja delicado un hilo de leche, no entrega su fruto, lo deja callar, lo retiene. Una virgen sin fuego, no alimenta, maldice. Es la leche del fruto, remedio blanco, delicado que surge de los pechos de una diosa árbol. Regalo que madura el cielo. Que estalla hipnótica en una bala de plata.

—Mirá, mirála bien— parecen niñas envueltas en plegarias de azúcar. Y quieren matarlas, porque afirman —son hijas del diablo— Rojas, ricas, hijas llenas del diablo.
Quieren matar el fuego. Vestirlo de mal. Vestirlo. Dominarlo. Como Eva que vistió su pubis de algas cobrizas con la hoja fría de una higuera. Fue la ley, no la hoguera.
Se perdió el arder. El éxtasis de la Señora.

A donde caigas, vas a iluminar. Si no caes, te pudres. La única forma de salvar el fuego, es dejando que hierva en la flor. Dejarlo caer como un pétalo de crema por tus piernas desde ese pequeño bosque fertilizado. Fruto o flor. La flor solloza, pierde su calor si no lo da. Si no lo pierde, el paraíso no nace.

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