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¿Cuál es el sentido de la vida? me pregunto una y otra vez.
Sentirla. Sentirla. Dice Heidegger desde el ser, desde mi tiempo. Ahí está todo.

Solo la inocencia puede sentirla en toda su violencia y sencillez y celebrarla. Me asalta.
Hay un sentimiento original en la propia carne. Bañado por las innumerables batallas de la mente y su cosmos.
Cataléptico. Palpita bajito. Palpita como un caracol dentro de su vagina agraciada de algas.
Silencioso, silencioso.

Como de silencioso nacar. Costoso nacar.
Gruta magnífica de las musas y el Poeta.

Tuve un sueño. Soñé despertar, queriendo soñarme. Agua viviente. Latida. Sin tocar.
Hasta ahora mi sentimiento original ha permanecido debajo de una sabana caliente de ruido electrónico.

Me descoso en sílabas de ángeles. Me quito las frías adherencias parásitas del cosmos. Y lloro.
Influencias metafísicas. Nubes corruptas en la playa falsa.
Y mi gloria vibrante no deja de ser latida tormenta. Es mi tema de vida. Sentirla.
Las razones son brillantes, educadas, universitarias, místicas, pero son de otros.
No pueden callar mi forma roja de iluminar. Rubíes en mi aura. Serafines entre mis dientes.

No, no pueden atacar lo divino, No pueden. Nadie puede.
Esa gloria de la mañana floreciendo cuerpo, pero pueden hacer ruido. Falsos profetas. Inmundos.
No, es mentira que perdimos el Edén, solo nos distrajimos. Enamorarse. Noviciado.

Ser novicia del fuego. Esta vivo y enamorado de lo inexpresable, mi sentimiento original.
Soy su amante. Él me ama. Lo que no puede ser corrompido. Es lo real, lo insoportable.
El latido oculto en la bestia no pide perdón, pide celebración. Celebración porque sí.
Recibirlo, copular, nacer por primera vez. Desgarrarme. Cuando parí a mis hijos, lo sentí.

Y amamanté la creación entera en sus bocas.
Sentí el desgarro y el amor y el verde jade del mar y los jardines de jazmines lunares
cerca de la rivera, volverse talco.
Todo. No hubo distinción. Hubo religión.
La religión de amamantar con mi cuerpo la inocencia de la noche.

La vida y su costado gravitatorio de serpiente. La serpentina gravedad.

Metamorfosis de la costilla mutando gloria.
Ruptura del cayo réptil que impone su marcha psicótica.
Marcha. Marchamos según la ley de quienes nos cosechan,
ávidos del precioso néctar, tan incapaces de sentirlo, nos cultivan como perlas.
Soy la ostra. Soy eso que no lo siente.

Ruido parásito. Fabricado para aniquilar la sensibilidad.
Criaturas de metálica luz. Pastillas de avidez, celos de Babel, maléfica lujuria,
dando cumplimiento a un destino en común.
Manzanas, todas, de una fiesta sofocada de hermosura. Iridiscencias.

Billie Holiday en el tocadiscos. Sobre la mesa, los santitos miran con ojos de yeso pintado
y las aureolas de vino oscuro y los rosarios
de vaca carbonizada, dejan un jardín de cebollas doradas, aceitadas.

Una clase de firma que grita: acá se ha honrado tu existencia Lorena.
Joyas sin diamantes en la casa, que nadie nota al final.

Lucifer sí. Y ríe sacramentalmente al lado del Cristo roto,
colgado en la pared, llena de hongos, a pleno día. Ríe. Ríe. Ríen juntos, sobre las espinas.

Misa crepúscular, violeta, en una ciudad del color de las palomas.
Es el sol que se pone, su musicalidad esférica, flotante. Armonías y disonancias.
Marcha y danza. La danza rige la gloria.

La marcha intenta lo único que puede lograr con éxito: Confundir.
Así son los dioses que adoramos. Nosotros apenas hormigas de origami,
arrugándose muerte. Snow, debajo de las emociones.

Es la indiferencia que huele a casa amarga, la mañana con su leche negra,
la ira pidiendo ayuda en la copa de alcohol barato, blends, sonata deliciosa.
Mediodía de mar entre medanos, y niños que aún juegan
y la espada de Jesús: «no vine a traer la paz, sino la espada».

Primero la espada.

La melancolía lluvia. La celebración de lo desconocido,
hacer la pregunta esencial mirando
una parte del cielo maduro,
desde la infancia sin prostituir. Encuentro. Me.

Estás ahí y yo acá. Nos deshacemos, brotamos pasto, pasto virgen.
Y somos los nacientes hijos del pasto, de la virgen de los pechos de pasto.
De la virgen penetrada por un dios que sabe a leche de cúrcuma, manteca y canela.
Las horas son vírgenes.

Múltiples y orgasmiscas horas que palpitan como una gran virgen salada y sola.
Virgen que gusta de van Gogh. Ocho de mayo sobre la orilla vaginal de la luz.
Desperté jardín, en su música de soda ligera.

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