Y entonces
puedo aceptar que es
el riesgo más elemental
que me va quebrando.
como al capullo
que envuelve
el delicioso perfume de una flor,
el dolor
se hace santuario:
no cualquier santuario
sino el propio,
el que me fue dado.
y me
enseña a convertir el
dolor en poder
lo trágico
en don.