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Hoy leyendo un poema de Miguél Hernandez
me di cuenta que hay una lista de cosas que me obligué a perdonar
y realmente nunca pude hacerlo.

Estoy tomando un remedio homeopático.
Me mueve muchas cosas. Cosas que no son agradables de mirar, menos de sentir.
Me hacía falta como la lluvia al río.

Nunca perdoné a la muerte por más piadosa que pueda ser en algunos casos.
Nunca perdoné a quienes me hicieron creer que era fea, idiota, poco.
Nunca perdone a la naturaleza por su violencia, crueldad.

Me siento libre de alguna manera nueva, ahora. O quizás sea más honesta.
Hay poetas que saben decir lo que yo no me atrevía.
Ni siquiera me atrevía a sentirlo.

Ahora sé, que liberar el dolor puede ayudar,
ahora sé, que asumir lo que no se puede hacer, también
ahora sé, que hay otras maneras de estar en paz.

Por dictado no se puede perdonar.
Por dictado no se puede amar.
Por dictado no se puede existir, menos vivir por dictado «espiritual».

No hay recetas.
Las únicas que sigo son las del pan.
Y también me gusta variarlas.

una parte del poema que mencioné más arriba y que me ayudó a sentir:


«No perdono a la muerte enamorada
no perdono a la vida desatenta
no perdono a la tierra ni a la nada»

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