Hoy me centré en el monótono mantra de los grillos.
Como en un día cualquiera, como una tarde más, entre pinos y sauces.
son los primeros abriles otoñales, que van dejando al descubierto
las rollizas ramas de los árboles,
arrebatándole con sus vientos calmos, las viejas hojas de color ámbar.
Observo. Solo observo, en el silencio,
el coro de los grillos el monocorde canto de los grillos…
Siento como lentamente la desnudez empieza a contagiarme de sensibilidad
para entonar sus notas más agudas,hasta hacerme temblar de dolor,
por todos los dolores que el viento se animó obscenamente a esparcir.
Mi piel se va abriendo, como una tímida red se abre con el mar,
y la agitación comienza lentamente a cimbrar en mi interior.
Escucho, son los gritos ahogados, las lágrimas sedimentadas,
los odios camuflados, las risas congeladas, perdones esperados.
¿Es un día más?
Como una desafinada sinfonía de emociones no amadas,
van galopando por toda mi piel, y vagan por dentro también.
En los recodos, en los suelos tabuados de mi alma, se vierten los olores de la santidad no vista,
de los corruptos hedores permitidos por un ansia desesperada.
Las extrañas criaturas habitantes de abril, levantan su himno al cielo,
su canto entonan sin pudor ni arrepentimiento.
Es otoño.
No, no es un día más…
Hoy puedo hundir mis narices en el barro, y escuchar de llantos enterrados.
El señor de los espíritus soltó su gris manto, para desvestir los huesos de los viejos y de los arrugados.
Son los grillos de otoño
¿Puedes oírlos?
—escrito en mi diario hace muchos años, cuando iba recordando mi amor por la escritura
uno de los primeros que escribí.
Si tan solo hubiera dejado arder el fuego…