La aquilea, cuando se moja a la hora emplumada del crepúsculo,
crea gatas de azulado metal.
Así he oído decir a las mujeres rostro de azafrán que tejían
con manos cubiertas de espinas y restos de salmón, el dorado filo de cada mañana.
Y sé, sé que vivo, porque las sigo escuchando detrás del imperio digital del ruido.